
Cuando durante una fiesta, Kuba conoce a Michal, un muchacho homosexual que vive su condición abiertamente, descubrirá por fin lo que es enamorarse de verdad, pero no le será tan fácil que Sylwia renuncie a lo que tienen, por lo que el triángulo amoroso se tornará, inevitablemente, en tragedia. Una vez más, la homosexualidad está reflejada de modo tortuoso y conflictivo, con el personaje protagonista consumiéndose por no poder mostrarse al mundo como en realidad es, dejando que en la intimidad otros hombres le practiquen sexo oral, pero no permitiendo que le besen en la boca, como si esto le hiciera perder su virilidad. El personaje de Kuba, cómo no, mantiene esa lucha interior entre continuar con la estabilidad que le da su relación con su novia y el estar volcado en el deporte o romper con toda esa quimera y gritar a los cuatro vientos su amor por Michal, al que se presenta como un joven cuya sexualidad ha sido, más o menos, bien asumida por su familia, pero que supone un motivo de alejamiento con la figura paterna –no faltan las típicas conversaciones sobre fútbol entre el padre y el hermano heterosexual durante la comida en la mesa, mientras que a Michal se le hace un poco el vacío–. El tercer vértice del triángulo, Sylwia, es el más interesante por encontrarse en el puesto de víctima colateral de ese amor prohibido, pero aun así termina resultando irritante y antipático por la poca dignidad de la que hace gala en los momentos más decisivos.
Hay que reconocer que el filme está competentemente interpretado por todos sus actores –especialmente por Marta Nieradkiewicz, que dota de la adecuada impotencia a su papel de Sylwia– y que tiene un acabado muy interesante en su apartado visual, gracias al buen trabajo de fotografía, con una bonita paleta de colores fríos y excelentes tomas bajo el agua de la piscina. Las escenas sexuales –tanto las que tienen Kuba y su novia como las gays (sin ningún tipo de protección, lo que da un ejemplo imprudente a la audiencia)– están rodadas con gran naturalidad y realismo, siendo casi tan explícitas como las de la polémica La vida de Adèle (2013, Abdellatif Kechiche). Tampoco escatima el director en algunos momentos de cruda violencia que hacen que la propuesta sea un tanto desagradable para un público que no guste de sensaciones demasiado fuertes. Lamentablemente, la historia no ofrece nada que no hayamos visto antes, está plagada de lugares comunes y sus personajes están construidos a base de clichés. Wasilewski sabe rodar estupendamente pero se muestra incapaz de insuflar de auténtica emoción a su historia de amor. Mucho juego de miradas, mucha tensión sexual en el aire, sí, pero a la hora de la verdad, el fuego no llega a quemar como sería de esperar. Plynace wiezowce es una cinta correcta en todos los aspectos, que se sigue con innegable interés a lo largo de todo el metraje, pero que adolece de una absoluta falta de ideas originales y una excesiva frialdad en el comportamiento de sus protagonistas. Esta falta de riesgo es lo que condena a la película a ser una más de tantas, ya que con el paso del tiempo sus imágenes se mezclarán en nuestra mente con las de otros filmes similares.
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