martes, 22 de julio de 2014

3º Festival de cine Lima Independiente. White epilepsy; de Philippe Grandrieux,The Act of Killing, de Joshua Oppenheimer


Por: Gisella Gastiaburu Barthè.

Podría empezar a decir una sola cosa un film de sensaciones auditiva y visual; que parece una metamorfosis kafkiana; una lucha de dos sexos; hombre y mujer poderes de movimientos densos, como una danza moderna al estilo Pina bauch; una hora de cuerpos en lucha interior; el cineasta aún osa mantenerse dentro de su más grande obsesión: las posibilidades del cuerpo y su estallido. Como en Sombre o en La vie nouvelle, Grandrieux nuevamente va a centrarse en lo corporal, ya como prisión o simplemente como lo irremediable, como una cápsula de cuyo interior asoma la animalidad en estado original o arcaico, y en el extremo, la indiferencia del insecto (incluso un episodio de White Epilepsy recuerda el rito de una mantis religiosa en plena barbarie o la simple pasividad de la víctima, lo que también remite a la escena antológica de La vie Nouvelle, donde el personaje de Anna Mouglalis muta en una suerte de animal en cautiverio, o a los protagonistas de Sombre o Un lac juegos de poder de sexos opuestos. Belleza de estética en un rectangular de pantalla.

En White Epilepsy solo hay cuerpos y noche, cuatro cuerpos en un ritmo ralentizado que no impide percibir el aturdimiento o el desfase, como para estar atentos a sus texturas, movimientos, caídas y entrega. el grito de la lucidez, luego de que veamos a través de una serie de episodios o escenas como un cuerpo solitario, en medio de un campo abierto y en plena oscuridad, reconoce a su otro: una mujer con la cual comenzará la batalla. Esta absorción, de la mujer que intenta engullir al hombre, lo que no excluye los ritos eróticos de fuerza y lucha, sin satisfacción, va a hurgar no solo en un juego caníbal sino en la afirmación de lo femenino y su conciencia brutal en el grito del rostro y sangre. Sin embargo, luego del clímax, Grandrieux corona su propuesta con un final desolador: luego de la lucha de los cuerpos, del triunfo de uno sobre el otro, del grito liberador o la conciencia de lo salvaje, está la penumbra y el ocaso, la vejez de los cuerpos a la espera de la muerte.

The Act of Killing explora la parte oscura y atroz del ser humano, obligándole a enfrentarse con sus actos, aunque estos hayan prescrito según los códigos internacionales. Es una película sobre el recuerdo, y sobre el alma. Sobre la justicia y las cargas de cada uno. Sobre la oscuridad y la asunción. Basada en el Golpe de Estado de 1965 en Indonesia, por el que una serie de paramilitares se convirtió en una élite con poderes para tomarse la justicia con su mano, y matar a miles de presuntos comunistas. La película nos muestra a estos hombres casi medio siglo después, y se les da la oportunidad de que recreen sus actos, de que ilustren su sadismo y su crueldad. Algo a lo que, sorprendentemente, acceden encantados.
De este modo tenemos como un doble film, una especie de mezcolanza entre el cine dentro del cine y el documental. Se permitirá que estos paramilitares hagan una especie de película, en la que ellos mismos actúan, para demostrar lo que hacían, mientras son grabados durante el rodaje para ver cómo les va afectando esa recreación de los hechos.  Casi un experimento sociológico.
No es una película agradable de ver, habida cuenta de que todo lo que se narra con la precisión de un carnicero que hace su trabajo, como torturaron y dieron muerte a miles de personas, haciendo daño con alegría y ligereza. Se trata de entender las motivaciones de estos hombres (Curiosamente, la mayoría de ellos coinciden en que su gran referente para la crueldad era el cine de Hollywood, con las películas de actores como Al Pacino. Sus modelos a seguir) y se les insta a que enfrenten a sus fantasmas.
Algunos de ellos cuentan sus historias de marginación y autodeterminación, hasta conseguir hacerse un puesto haciendo daño a aquellos que le rechazaron. Otros, simplemente, parecen lejanos a toda inteligencia, se guían por instintos, como los animales. Hay incluso personajes que no sienten remordimientos, y a los que conceptos como Derechos Humanos les parecen baladíes.
Sin duda el caso más interesante, y en el que se centra la película, es el de Anwar Congo, que parece un venerable anciano y que nos va contando como quería imitar a los gangsters que veía en la gran pantalla, como solo se preocupaba por su apariencia y por poder hacer lo que quería (De hecho, en Indonesia hacen un juego de palabras por el que Gángster significaría “Hombre Libre”) Congo, que comienza contando muy alegremente la cantidad de personas a las que dió muerte, y sus métodos, y que, aun siendo un anciano, se preocupa más por su apariencia que por sus actos. Pero, poco a poco, a medida que en su rodaje van sintiendo el papel de víctimas por el que hacían pasar a tantas personas. Las pesadillas, los problemas físicos, el arrepentimiento, la redención, comienzan a asaltarle.
El éxito de Joshua Oppenheimer radica en enfrentar a la gente con sus actos. Siempre tiene la cámara preparada para captar el alma, la frase justa para derribar las excusas simples y las barreras mentales con las que todos se consuelan. Es una película que hay que ver, pese a tener escenas desagradablemente duras, porque se utiliza el cine como medio y como fin. La misma herramienta que se utilizó para que estos asesinos se convirtieran en lo que son, sirve ahora para hacerles darse cuenta de sus errores, de sus fallos, de todo lo que han hecho mal. Un título imprescindible que dará mucho que hablar.


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