Ya de buen comienzo, una elección de composición del encuadre, con mucho aire por arriba, nos advierte que en esta película alguien ha pensado cómo se colocan las figuras en el campo que ve el espectador. Esas figuras, sobre todo las dos protagonistas, aparecen aplastadas por el marco superior de la imagen, como si no fueran responsables de su propio destino. Y no lo son: en la Polonia de los primeros años 60, esas dos mujeres poco horizonte tienen ante ellas.
De ahí la elección de la fotografía, riguroso blanco y negro; de ahí la búsqueda de una verdad incómoda tras la mudez del resto de los personajes, la roña que toda sociedad guarda sobre sí misma y su pasado, y que, en Polonia, se llama, como en otros lugares de Europa, antisemitismo, ambición, muerte. Pawlikowski hace emprender a sus protagonistas un viaje hacia una verdad que intuimos de buen comienzo: lo que importa no es esclarecer la verdad como compartir experiencias.
Estamos ante una película de choques; al más tópico choque generacional entre Anna/Ida y Wanda, se superponen toda una serie de distintos enfrentamientos, algunos más inevitables que otros en el lugar y momento en que se ambienta la película. El intenso choque religioso entre católicos y judíos, la lucha por las conciencias populares entre la iglesia (católica) y el estado (comunista), y el abismo, preñado en ocasiones de resentimiento, entre los que vivieron los horrores de la guerra y los que nacieron en tiempos de (relativa) paz, se ven reflejados en uno y otro personaje, a veces insalvables, y otras veces con la chispa de la posible reconciliación.Y no les deja escapatoria: en ese país que ya no es (¿que ya no es?), la libertad de una consiste en una solución radical, y la de la otra, la novicia, no existe más allá de las cuatro paredes del monasterio. 'Ida' es una de esas sorpresas agradables que a veces nos da un cine que dista mucho de los mejores hallazgos que jalonaron su agitada historia.
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