El Club” de Pablo Larraín
El Club, es la actual ganadora del premio APRECI en el
marco 19 Festival de Cine de Lima.
La película nos presenta una mirada potente sobre
lo retorcida que puede llegar a ser una convivencia así, con una atmósfera
lúgubre que abstrae las mentes de los que la habitan, que por cierto,
cometieron crímenes de abusos y pederastia.
El film nos muestra un universo mistico: la playa, un
pueblito y su atardecer, densas nubes invernales. Desde el inicio vemos que a
través de la fotografía de Sergio Armstrong, se nos invita a encerrarnos en
cierto onirísmo de aquel lugar y los personajes que lo habitan, en donde la
casa-refugio pasa a ser un mundo dominado por el contraluz y la presión
simbólica de ver a tanto personaje revuelto en un espacio tan pequeño. No se
escatima en nada al querer mostrar cada detalle de la casa dominada por tal
ensoñación.
La crueldad
silencio, lleno de paranoia y perversión son el eje de un guión retorcido en el
buen sentido de la palabra. Con actores exepcionales: en especial Antonia
Zegers (La única mujer en ese entorno es la hermana Mónica) cuidadora y,
a la vez, carcelera y cómplice en la protección de los religiosos, quien ha
asumido esa labor como una prolongación de su propia identidad, al punto de
internalizar las reglas de reclusión como una letanía que repite a cada nuevo
integrante de la casona, seguidos de
Alfredo Castro (el padre Vidal-abusador de menores), Alejandro Goic (el padre
Ortega- participó en adopciones ilegales), Jaime Vadell (el padre Silva)
por sus vínculos con organismos de represión de la dictadura, Alejandro Sieveking,(el padre
Ramirez, es un sacerdote viejo y senil que lleva décadas allí y ni
siquiera recuerda ya las razones que lo distanciaron de la práctica
sacerdotal).
Por éste aspecto, entre otros, podría decirse que la narrativa
de Larraín recurre aquí a formas más convencionales que en sus filmes
anteriores. Desde luego, que este sea una narración colectiva, a diferencia de
sus obras anteriores en las que pesaba la voz de una sola conciencia, obliga a
un narrador omnisciente y en esas derivadas es posible un relato más conciso y
el uso de mecanismos más tradicionales como el montaje paralelo que corona el
clímax y que Larraín no había utilizado anteriormente con ese grado de
intensidad.
EL CLUB, no llega a ser una película perfecta es porque a
ratos abusa de sus propios énfasis, especialmente los sonoros, una debilidad
que opera sobre todo en esa secuencia nocturna en donde los protagonistas se
transforman en ángeles de la muerte y donde la intensidad de las imágenes no
requerían subrayados adicionales.
Gisella Barthé
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