Cincuenta Sombras de Grey (Fifty Shades of Grey)
El cine erótico siempre supo dar íconos, sin importar el enfoque cómico o dramático. En Estados Unidos tenemos desde Betty Page hasta Russ Meyer. Europa fue cuna de próceres, como Tinto Brass y películas como Historia de O y Emmanuelle, que volvió famosa a Sylvia Kristel y comenzó una saga tan interminable como sorprendente.
El fenómeno de la novela Cincuenta Sombras de Grey, de la autora E.L. James. Un bombazo literario que, como suele pasar, ahora tiene su versión en la pantalla grande. Reemplazando a su amiga periodista, la joven y tímida Anastasia Steele (Dakota Johnson) entrevista a Christian Grey (Jamie Dornan), un multimillonario de apenas 27 años pero con mucha seguridad en sí mismo. Al principio, la chica reniega del inmediato el efecto que le provocó aquel encuentro, pero el adinerado playboy la busca, y ella se deja buscar, y pronto comienzan una relación. Una relación lejos de las convenciones, ya que el Sr. Grey tiene gustos sexuales algo extremos, vinculados al bondage. Esta práctica pondrá a prueba el nivel de compromiso sentimental de Anastasia, al tiempo que entre ambos podría nacer algo parecido a un romance.
Así como la novela no se acerca a Henry Miller o a Anaïs Nin (y para qué mencionar al Marqués de Sade), la película nunca es ni pretende ser El Último Tango en París, ni El Imperio de los Sentidos, ni Delicias Turcas, de Paul Verhoeven, ni ninguna de las perversiones provenientes de Europa o de Asia. Sí tiene relación con los films del director británico Adrian Lyne, especialmente Nueve Semanas y Media, Propuesta Indecente e Infidelidad. En los tres casos (elegantes dramas con elementos eróticos), mujeres comunes y corrientes sucumbían a los encantos de hombres con mucho atractivo (y una amplia cuenta bancaria, mayormente), que desencadenaban su parte más sexual o, al menos, prohibida. En la misma línea, aunque más kistch (sin buscarlo, por lo general), Zalman King realizó las hoy olvidadas y envejecidas Seducción de Dos Lunas y Orquídea Salvaje, y fue productor de Nueve… En los casos de Lyne y de King, ninguna de estas películas solía estar a la altura de la expectativa y el escándalo que generaron al momento de su estreno. Un caso similar ocurre con el trabajo de Sam Taylor-Johnson: está lejos de justificar el revuelo generado. Las escenas de sexo (convencional y del otro, incluyendo cuerdas y más instrumentos), muestran lo justo y necesario, sin las imaginativas puestas en escena propias de Lyne y sin provocar excitación en el espectador, salvo en la escena donde Anastasia reclama a su gélido príncipe azul para que la siga fornicando luego de que la desvirgara.
La clave del éxito residía en el casting. Dakota Johnson apenas cumple como la dulce señorita que se deja llevar por nuevos niveles de placer. Aun así, la hija de Don Johnson y Melanie Griffith (otrora íconos sexuales ambos) resulta una presencia más destacada, y más ardiente, que la de Grey. Jamie Dornan encaja en el perfil de muchacho bonito, pero carece de la presencia y del magnetismo indispensables para el personaje, rasgos que tal vez le hubieran aportado Matt Bomer, el elegido por las fanáticas, o Charlie Hunnam, el primer contratado para el rol, quien abandonó el proyecto por problemas de agenda… y por el rechazo de las entendidas. La química entre Dakota y Dornan termina siendo despareja, y ahí reside la principal falencia del largometraje. El desaprovechado elenco secundario, encabezado por Marcia Gay Harden como la madre de Grey, tampoco ayuda a mejorar el panorama.
Es posible rescatar la refinada banda sonora a cargo de Danny Elfman y la versión de Crazy in Love, de Beyoncé, preparada por ella misma para la película. Música más poderosa y cautivante que las imágenes. Pese a la fallas y al ritmo monótono y a la solemnidad del tono, Cincuenta Sombras de Grey tiene con qué para dejar contentas a las seguidoras del libro y a un público no demasiado exigente.
Gisella Barthé
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